Una travesía diaria por la educación en el corazón del Cesar
Una travesía diaria por la educación en el corazón del Cesar
Mi nombre es María Angélica y soy gestora de la Fundación Barco en su programa de Conexión Desarrollo. Hoy, a través de mi historia, quiero contar lo que hacemos 10 gestores y yo para contribuir al fortalecimiento de capacidades educativas, comunitarias, familiares e institucionales de mi departamento.
Antes de que amanezca, emprendo camino a las escuelas y me subo a la moto del señor Rafael, mi vecino de toda la vida. Él, desinteresadamente, me hace el favor de llevarme hasta el puerto siempre que lo necesito. Todos los días trato de salir hacia las 5:30 para evitar cualquier imprevisto y a esta hora no hay mototaxistas disponibles, por lo que para alcanzar el Jhonson, el único transporte fluvial que lleva a los docentes a la escuela, hay que buscar la forma de ser puntual.
Tras un corto viaje llegamos a tiempo para embarcarme en el Jhonson, una lancha metálica impulsada por un viejo motor. A bordo ya están varios profesores, todos listos para emprender el viaje que nos llevará hasta la escuela. Siempre trato de irme con ellos, para garantizar que haya el suficiente cupo para que la lancha salga. Si somos muy pocos corremos el riesgo de que cancelen el recorrido.
El viaje por la Ciénaga de la Zapatosa dura entre 30 minutos y una hora. Todos los días dependemos de su estado de ánimo, como dicen los pescadores y lancheros: «Toca ir con cuidado porque la ciénaga puede estar guapa (molesta)», sin embargo, “hoy está muy tranquila», advierten, haciendo referencia a los vientos, al oleaje capaz de volcar la lancha y a su profundidad, que varía según sus dinámicas de inundación.
Así es, hoy está contenta, el cielo está despejado y el agua apenas se mueve. Aprovechando estas condiciones, voy en mi puesto mirando la hermosa vista y el estupendo amanecer que la Ciénaga de la Zapatosa, en conjunto con el Río Cesar, la Serranía del Perijá y la Serranía de San Lucas, nos ofrece.
Mientras la lancha avanza, pienso en todas las veces que he hecho este viaje. Desde niña, la Ciénaga de la Zapatosa ha sido parte de mi vida. Soy de aquí y siento como la sangre cesariense corre por mis venas. Este lugar hace parte de mi vida, de mi identidad anfibia y ciénaguera, por lo que el sentimiento de aportar a mi propio territorio atraviesa todo mi ser. Esto me permite entender las necesidades de mis vecinos, los retos que tienen nuestras comunidades, para así trabajar día a día por los niños y niñas del departamento.
Al llegar al corregimiento de Saloa, nuestro destino, un mototaxista de confianza me espera para transportarme hasta la escuela. Contar con una persona de confianza es clave, pues el camino hacia la escuela no es el más seguro. El simple viaje en moto tiene riesgos como la falta de cuidado de los conductores de otros vehículos. Además, los profes de la escuela, que tratan de cuidarme siempre, me dicen: “María mejor no traiga computador, o deje el celular en su casa”, porque la delincuencia común y los grupos armados hacen parte de nuestro día a día.
Sumado a lo anterior, en épocas de invierno, las prolongadas lluvias y la inundación de las vías y de algunas escuelas dificulta la accesibilidad, mientras que en el verano, el polvorín, las altas temperaturas que alcanzan los 39°C y la sensación térmica hasta de 43°C, se convierte en una gran exigencia física que nos obliga a adaptarnos cada día y buscar nuevas estrategias, herramientas y habilidades para encontrarnos con la comunidad educativa.
Tras el difícil recorrido, cuando llego a la escuela, me recargo de energía por la motivación que tengo de trabajar por mi propia comunidad, ya que siento que lo que estoy haciendo tiene un sentido. Además, siento la tranquilidad de estar en una institución que respeta mi territorio. Estos encuentros nos acercan a todos: directivos, docentes, familias y estudiantes que nos unimos para organizar los espacios de trabajo.
Cuando empieza mi actividad es cuando más siento el orgullo de pertenecer a la Fundación Barco y su programa Conexión Desarrollo, iniciativa integral de la alianza ISA y la Fundación, con la que contribuimos al fortalecimiento de capacidades educativas, comunitarias, familiares e institucionales, a partir de estrategias y proyectos que aportan al desarrollo territorial, bajo un enfoque ético y humano con las comunidades.
Las actividades planeadas están diseñadas para que generemos lazos de confianza y tengamos en cuenta las diferentes miradas que nos brindan una visión amplia sobre las dinámicas escolares, familiares y territoriales. Como local, entiendo las necesidades, y con el trabajo que hacemos con la Fundación, les damos un enfoque territorial y una visión humana que incluya la perspectiva del territorio para ofrecer a nuestros niños, niñas y adolescentes una educación más pertinente.
Una vez terminada mi labor emprendo el camino de regreso a casa y me preparo para vivir unos momentos de incertidumbre, ya que de regreso las dificultades son mayores debido a que en la tarde disminuye la frecuencia de las embarcaciones y suelen aumentar los problemas climáticos. La Ciénaga puede ponerse “guapa”.
Al finalizar el día, me quedo con la sensación de que ser gestora territorial en el centro del departamento del Cesar se convierte en sinónimo de capacidad de adaptación, fortaleza y valentía, pero, sobre todo, amor por el territorio y convicción de que nuestras acciones aportan a la construcción de un mundo mejor.
Esta historia es una de tantas que viven nuestros gestores en su día a día para contribuir al desarrollo social y a la equidad, en Colombia y América Latina.
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